martes, 21 de agosto de 2012

Lo que ya sabéis (o no) sobre hparadojicamente:


Este blog fue creado por y para alguien. Ese alguien es un hombre con el que he compartido una parte muy importante de mi vida: nos conocimos con mis efervescentes dieciséis años y desde entonces ha supuesto grandes cambios y hechos trascendentales para mí. También sentimientos, siempre a flor de piel. Prácticamente todos los textos aquí escritos tienen, aunque sea mínimamente, algo que ver con él. En muchos, él está reflejado totalmente, en otros solamente algunas frases, que pocas mentes de rápido pensar y que nos conozcan mucho pueden llegar a entender.
Es muy duro lo que os quiero contar hoy, y casi ni me salen las palabras. Puede que sea el texto menos significativo que leáis aquí, pero posiblemente sea el más cuerdo, o al menos, el escrito con más coherencia y cabeza. Ya no puedo más. Las historias que aquí cuento no son historias inconexas procedentes de una imaginación desbordante, no. Bienvenidos a mi historia. A nuestra historia separados, contada desde mis ojos. Ahora podéis releerlo todo y confirmar que la persona para la que he creado este blog es quien pensáis que es, o también podéis quedaros con la duda. Mucho no me importa, ya que la tercera opción es seguir leyendo este texto y daros cuenta de que lo único que quiero es romper el bucle en el que estoy metida.
Llevo demasiado tiempo envolviéndome en mi propia pena, en mi propio dolor, en mi alegría momentánea, en los recuerdos, en las ganas de retomar historias que realmente no quiero retomar. No podemos pretender alimentarnos eternamente a base de un plato de espinacas. Adoro las espinacas, pero tengo claro que no podría comerlas más de cuatro días seguidos sin tener que parar y hacer un cambio. Es eso precisamente lo que necesito, salir del bucle en el que me metí escribiéndole cosas que no está leyendo, y aunque no sea lo que me importe, en cosas que solamente se hacen reales por escrito. Que ya no. Que de tanto exprimir se nos está rompiendo la cáscara. Que estoy bien, y soy feliz, pero no quiero seguir permitiéndome esto.
Para ti, que llevas años sabiendo lo que pasa por mi cabecita. Para ti, que siempre quisiste parar esa prisa que tuve yo por crecer. Para ti, que te cansaste de decirme que no soy quién de forzar las cosas, las relaciones, los sentimientos. Para ti, que me pediste, desde el día que nos conocimos, que dejase que el tiempo nos pusiera en nuestro lugar. Mi tiempo es oro, y no, no tengo prisa, pero es el bucle del que estoy saliendo el que me lleva de nuevo a lo mal que estuve hace dos años cuando tuve que dejar de verte. Cuando ahorraba hasta el céntimo del suelo para coger un tren e ir a verte, y luego decidí que ya era hora de seguir creciendo en un sitio mucho más alejado. Y tuvimos que dejar de reencontrarnos cada mes. Y las circunstancias que vivimos hicieron que fuera mucho más complicado todavía. Y decidí seguir creciendo apartada de esto, de lo que escribo aquí, de lo que te escribo. Todo esto es tuyo, porque eres, tanto como yo, artífice de cada segundo que ansié vivir a tu lado y no pude. Y de cada momento en que me mirabas a la cara y nos repetíamos que íbamos a vivir aquel día como si ya no quedasen más. Y, al menos como esos, no quedan más.





After the show you walked right past. Arms reached out for your autograph, and as you flashed your backstage pass i caught your eye with a camera's flash.
The Lonely 1, Being there, Wilco.

miércoles, 25 de julio de 2012

Narrarte la vida entera, y tú con los ojos cerrados.


Deberíamos haber apuntado en una libreta cada una de ellas. Me gusta escribir las cosas, y no por miedo al descuido u omisión, sino a la facilidad de recuperación de recuerdos. Me gustaría tenerlas ordenadas cronológicamente para así poder leer la evolución de nuestra música. Porque, queramos o no, te niegues o yo lo descuide, cada una de ellas ha definido perfectamente los momentos y modos de actuar que con el tiempo fuimos creando.
Porque lo hicimos bien, pero también lo hicimos mal. Porque lo estamos haciendo bien y nos estamos haciendo mal. Que cada vez que pienso en verte desearía retroceder en el tiempo para poder mirarte con los mismos ojos con lo que te miraba antaño. Que me siento orgullosa del sinsentido que nos define, que nos definía, y que poca gente entiende. Que me siento afortunada por el hecho de que no nos importe lo que puedan llegar a pensar, hacer o decir. Que amo vivir los instantes, los momentos, que amé locamente cada uno de ellos contigo. Crecimos como personas y nos fuimos estructurando poco a poco envueltos en nuestro propio apetito insaciable de sentir al otro al lado.
Que pase lo que pase, y aunque no las haya escrito, están aquí conmigo, en ese cajón del que siempre hablo. Que me acuerdo de más de la cuenta y de mucho más de lo que te puedas imaginar. Me gustaría poder dedicarte mis meses y mis estaciones cuando quieras o lo necesites. Que me siento feliz cuando eres feliz y no es a mi lado. Que no soporto oírte decir que te duele o que estás un poco roto. Porque, básicamente, el vínculo afectivo que me generaste es tan fuerte que podría, incluso, dedicar el resto de mi vida a reestructurarte. Porque quiero. Porque me da la gana y me apetece. Mucho no, muchísimo. Porque te lo mereces, pero yo también.
Te prometo que nunca voy a exigirte nada que no puedas o quieras cumplir. Te prometo que no vas a permitírmelo. Por cómo eres, por cómo soy. Porque te conozco tanto que solamente con leerte, aunque sea a kilómetros de distancia, voy a saber con quién estás, si bien o mal, si te encuentras con ganas o no de hablar y si necesitas a alguien a tu lado. Aunque solo sea para apoyarte. En todas las decisiones que tomes, porque en eso consiste. Se llama devoción incondicional y poca gente está dispuesta a admitir que la siente. Y poca gente es capaz de sentirla.



Cuando no encuentras meta a tu alrededor, cuando lo estás dando todo y no hay calor. Crees que nadie te alimenta ni agotas tu sed, tropezando sin aviso una y otra vez. Y si todo se oscurece y no ves con quien, y si tus miedos crecen y no quieres ver. Quizá nadie te acompaña, no has mirado bien, somos muchos los que estamos para responder. Levanta, levántate.
Levanta, Depedro.

viernes, 11 de mayo de 2012

Escapismo a la inversa.


Podría pasarme horas mirando hacia las ventanas de esta galería, contando los coches que no eres tú. Es la primera vez que escribo con tu olor tan presente en todas partes, ¿a que no lo sabías? Hace tanto tiempo que escapamos que ya no sabemos de qué. Hace tanto tiempo que escapamos que ya no sabemos ni a dónde correr.
Podría resumir mis últimos años de existencia en menos de veinte fotos. También podría hacerlo en más de dos mil. Podríais leer este blog y daros cuenta de toda la pesadumbre que he llevado encima los últimos catorce meses. También podríais descubrir mis ojos por la calle y daros cuenta de que mi verdadera sonrisa no está más abajo, sino que se encuentra reflejada en el brillo relativo de éstos. La explicación es sencilla: cuando sonrío, os estoy diciendo que me agrada lo que oigo, lo que veo, de lo que hablo o cómo lo expresáis; cuando sonrío con los ojos, cuando éstos brillan a la vez que podéis verme los dientes, estoy manifestando que me entusiasma y me satisface aquello que estoy sintiendo en ese preci(o)so instante. Hace tanto tiempo que escapamos que ya no sabemos de qué. Hace tanto tiempo que escapamos que ya no sabemos ni a dónde correr.

[Cuando el día se acaba y las nubes se tornan de papel, la brisa, como el viento, prevalece en la memoria mientras espero. Prometo no escribir eternamente sobre tu mediodía, pero, todos lo saben, es complicado no admitir que vivir un Diciembre, quieras que no, levanta el ánimo. Para los que no sepáis a qué me refiero, vivir un Diciembre, para mí, significa exactamente lo que me acaba de ocurrir: darse cuenta de que, por mucho tiempo que pase, las personas no cambian ni tan drásticamente, ni tanto como realmente pensamos. Vivir un Diciembre es mirarse al espejo después de bostezar muy fuerte. Percatarse de la cara de idiotas somnolientos que se nos queda, y advertir que ese brillo que destellan nuestros ojos, no es resultado del bostezo solamente, sino de lo dóciles (y frágiles) que nos sentimos al demostrarnos a nosotros mismos que seguimos conectando con aquéllos a los que hemos añorado durante párrafos numerables. Hace tanto tiempo que escapamos que ya no sabemos de qué. Hace tanto tiempo que escapamos que ya no sabemos ni a dónde correr.]*


Cuando el sexo más intenso, satisfactorio y sorprendentemente “real” que has experimentado en toda tu vida se mezcla con tus pensamientos más distantes, eres capaz de predecir que va a salir bien. Que no pasa nada porque haya corchetes, paréntesis o largos intervalos por el medio. Que lo que existe de verdad, existe y punto. Hablando de puntos… Punto número uno: eres el polvo de mi vida. Punto número dos: llevas años siendo el polvo de mi vida. Punto número tres: hay veces que no soy capaz de pensar en, si dentro de 10 o 20 años tendré otro “polvo de mi vida”, pero no me preocupa, porque sé que existes, y cuando lo siento así, como una certeza, no hay mejor punto que al que me llevas cada noche y cada día que decides, por un tiempo, entregarte conmigo.





De colores pinto el cielo, para bailar debajo de cada farola que inventábamos. ¿Te acuerdas cuando me decías que fuera al sur?
–Donde quieras, si quieres…
Al sur a buscar la vida que no encuentro, porque la encontré con vosotros, a vuestro lado y al nuestro, al lado del viento que se ha calmao. Cuando dejo de entender. Porque entiendo que no hay malos ni buenos, sólo hay… solo hay que pensar que todo pasa, que si estamos locos… es porque pensamos subir muy alto, alto como un cosmonauta. No el “alto” que entenderéis como “alto”. Alto como el cosmonauta, cuando encuentre una vida que no tengo. Cuando suena una guitarra, cuando el sol de primavera se cae muy lento, cuando sigo manchando las hojas con letras.
El cosmonauta, El Bicho (2003)


*Si este párrafo os suena, remota o directamente, a música, en ningún momento os lo toméis como un mero plagio, sino como el recurso más sincero de admiración. Todas ellas son depedro. Si, por el contrario, no os habéis dado cuenta de a qué me refiero, en ningún momento os lo toméis como nada personal, sentíos aliviados de no estar tan dentro de mis ecuaciones sin sentido (a veces, ayuda).

domingo, 26 de febrero de 2012

La era glacial del ébano empieza a descongelarse


No tenéis ni puta idea de lo mucho que ansío escribir últimamente. Tengo una bola de nieve que, cada día que intento escribir y no lo consigo, se hace más grande y más fuerte. Más densa y más débil. Huele a sinceridad y a recuerdos, sabe a olvido, insatisfacción y nerviosismo. Pesa miles de kilómetros y suena a miedo. Se oye desde lejos, deslumbrar asustada, pero no se puede ver. En Vigo, las noches que la luna se esconde y que, por mucho que la busques, no aparece, el cielo se torna rojizo en la inmensidad de la madrugada; se debe, dicen, a la contaminación lumínica de la ciudad. Sea cual sea su causa, me parece un hecho sublime.
Cuando al invierno empieza a darle pereza actuar, y deja, de vez en cuando, salir algún tímido rayo de sol, la nieve comienza a derretirse y se convierte en agua. El agua es mucho más sencilla de escribir, ya que admite más posibilidades de cambio, de forma, se desparrama mejor y sus gotas se parecen más entre ellas que los copos de nieve.
Hace poco tiempo me di cuenta de que estoy empezando a olvidar muchas cosas. Olvidar, que no desechar. Cosas de tu ausencia y presencia, de mi constante asentimiento, de nuestro espacio, nuestro período de ébano. Todo ello sigue dentro de mi cabeza, pero en compartimentos, en esos cajones de los que hablo siempre, que vas dejando hacia el fondo casi sin querer. Hace un año podría haber descrito sin problema cada uno de los reencuentros y despedidas, así como toda mirada, beso o segundo donde amanecer.
Dicen que el roce hace al cariño, y puede que sea la explicación más sencilla a todo esto, pero mi manía de rumiación momentánea y mi amor incondicional hacia las palabras me hace buscar un trasfondo más privado, adecuado y propio a mi estado actual. Cuando maduras, evolutiva y mentalmente, al lado de una persona hacia la cual sientes cierto tipo de implicación sentimental, y esa persona te devuelve correctamente cada ápice de confianza, respeto y ardor, ya no importan el roce o el cariño, todo, absolutamente todo lo que os involucra, se resume en afecto. Esa necesidad de protección, esas ganas insuperables de vivir, crecer y cambiar, o simplemente continuar inestable con la empatía de la otra persona a tu lado, y esa fogosidad extraordinaria que nos caracteriza(ba). El escapismo, el silencio, las ganas de llegar, los elogios y los reproches, saltar al vacío con los ojos abiertos, cantar, tararear y gritar bien fuerte, que el mundo se entere, que a mí me da igual. Con el tiempo, acaban convirtiéndose en hábitos, y ya se sabe que de los hábitos es mucho más complejo desprenderse.
Entonces te planteas que, quizá el término más adecuado no sea “olvidar”, sino guardar o incluso reservar. Para reutilizar alguna vez, o nunca. Solamente por si acaso. Sale cuando tiene que salir y vuelve a su cajón cuando menos te lo esperas. Me gusta y no me gusta poder, o no, controlarlo. Es portátil, como su dueña, se dobla en veinte mil pliegues y recorre tantos minutos como a ella le me apetece, no se excede en kilómetros y le recuerda que, durante mucho tiempo (y aunque posiblemente no con mucha razón) quiso ser más grande de lo que “debía”, y lo consiguió, y gracias a ello fue capaz de estructurarse de nuevo. En una nueva ciudad, con unas ganas nuevas y una vieja pasión.






“¿Habéis estado alguna vez en el mar en medio de una densa niebla cuando parece que una tiniebla blanca y tangible nos encierra, y el gran buque, tenso y ansioso, avanza a tientas hacia la costa con plomada y sonda, y uno espera con el corazón palpitante a que algo suceda?” Hellen Keller, Historia de mi vida.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Si buscas milagros, mira:

Espiar el sol cuando se esconde en el horizonte de la ría. La ría que te dé la gana, o el horizonte que más rabia dé. Curiosear las miradas que nos observan mientras lo hacemos, de madrugada, escondidos de pié tras las cortinas del balcón.
 
Merodearnos mutuamente escuchando el salto de agua que tan bonito hace el paisaje de ese lugar. El lugar que te dé la gana, o el paisaje que más rabia te dé. Soñarnos despiertos en un futuro incierto, con certeza sobre un, de aquélla, próximo mañana separados, aunque no solitario amanecer.

 
Palpar con nuestras propias manos la rueda de aquella máquina del tiempo que tantos fotogramas deja a nuestro paso. Los pasos que te dé la gana, o los fotogramas que más rabia te den. Cosquillear recuerdos de vez en cuando, utilizando verbas que cuesta más leer que escribir.

 
Desvivirnos, por momentos, enjaulados en nuestras propias cárceles de respeto que emanan placer. El placer que te dé la gana, o el respeto que más rabia te dé. Mostrarnos desnudos cuerpos, desnudas mentes y desnudas entrañas; llorar desnudos, reír desnudos, vivir, desnudos, sin importarnos qué hacer.





Franck soletreou amodiño:
-Non… que… ro… que… te… va… ias.
-Non…
-Moi ben, sigue… que…
-Teño medo.
-Medo de que?
-Medo de ti, medo de min, medo de todo.

Xuntos e máis nada; Segunda Parte: 16. Anna Gavalda.

martes, 24 de enero de 2012

De cuando te dan un folio, un bolígrafo, un idioma, un título y tiempo limitado: No more letters.

I have no words. No scream. No guilt. No thoughts without you. I used to have a lot of words to say, a lot of things to do, a lot of feelings to show. But now I only have dead-letters(*). A dead-letter is a cocktail made of words unknown. That words we never say, that words we think all time but aren’t pleasant enough. For you, by now, I’m dead with all my feelings, all my thoughts, all my words and of course, all my letters. I don’t wanna tell you anything successful, lovely or kind. I can’t.
And this is how I want you to remember me: simply kind, lovely and successful. Don’t try again. Stop calling me. Stop talking about me. Just forget, forgive, and please, write me no more letters.

(2009)







No decía palabras
Acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,
Porque ignoraba que el deseo es una pregunta
Cuya respuesta no existe, (...)
Un roce al paso,
Una mirada fugaz entre las sombras (...)
Porque el deseo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe.
 "No decía palabras", Luis Cernuda. (Fragmentos)



(*)the 'dead-letter' term: Lauri Ylönen, The Rasmus

martes, 10 de enero de 2012

Ebanistas do amor con aristas.


Una hipótesis se podría definir como aquella proposición aceptable que ha sido elaborada y formulada a través de la recolección y estudio de información y datos, todavía sin confirmar, y que puede servir para responder provisionalmente a un problema o cuestión.

Tengo una hipótesis. Oculta. Desde hace muchísimo tiempo. Una sensación extraña que apareció en mi cabeza bajo determinados eventos y acontecimientos, escondida en mi memoria y que pocas personas consiguieron hacer que recordase. Un pálpito que derrumba todos mis castillos construidos grano a grano, de las manos de dos almas que solamente buscaban ser queridas. Me mata el aliento y me duele bien dentro cada vez que reaparece en mi cabeza esa idea… esa mínima idea. Es una pregunta, un problema, una cuestión sin resolver, y que, posiblemente, nunca sea respondida. Quizá vuelva a preguntártelo y vuelvas a perjurarme que no, a negármelo rotundamente, a pedirme que pare de pensar en ello. Quizá algún día la entierre definitivamente y no vuelva a escaparse del cajón de los malos momentos. O quizá no quiera saber la respuesta y, simplemente, siga evitándola hasta el principio del fin, o el fin del principio, o como cojones quieras llamar al Santo Olvido.

No te culpo ni te quiero echar nada en cara, ni siquiera hacer juicio alguno, son tus actos y tus circunstancias, tus idas y venidas, tus “hahaha”. Pero ahí, entre tus risas, mientras nadé todo lo que quise (y más) por tu espalda, se esconde un miedo enorme, un fantasma, una percepción, un sentimiento de debilidad que se apodera de mi cerebro y me estanca. No me deja hacer otra cosa que no sea pensar en ello. Suerte, que pocas veces vuelve. Puedo afirmar que, de hecho, casi nunca me acuerdo de ello; es como si mis sentimientos hacia ti y hacia absolutamente todo lo que nos atañe, eliminasen automáticamente la posibilidad de que un día, una noche, no hubiese sido tan bonita, apropiada o sincera como pintamos el resto de las noches. Juntos. Separados. Con y sin distancia de por medio. Puede que algún día consiga escribirlo en algún sitio, quizá en el documento de vivencias del cual ya te hablé, pero para ello todavía tengo que crecer un pelín más. Siempre alabé nuestra relación y siempre hablé bien de ella. En todo momento. Sin dudarlo una sola vez, porque no me gusta que la gente nos critique sin saber, sin haber visto ni conocido. Y, dame la razón, nuestras circunstancias nunca fueron las propicias para que esto no pasara. De esta manera te salvo, nos salvo y me salvo de cualquier posible duda o inconveniente que surja (otro más no, por favor).

“Me gusta tu naturalidad y atrevimiento. El ser tú misma quizá, tu trato hacia mi sin miedo, sin enjuiciarme ni medir mis palabras una a una; esas ganas de todo que tienes animan a uno” escribiste un día. No, no lo he olvidado, esas palabras han quedado para siempre en un cajón que abro de cuando en vez.

Si algo tengo claro es que, si en algún momento, en otro lugar y otras circunstancias, me lo pides, olvidaré esta maldita duda que me amarga, esa arista que sobresale de los recuerdos que me quedan (y no son pocos) de nuestro ébano. Sin duda. Sería capaz de hacer millones de cosas, más y menos importantes, si prometieras volver a escribir verbas tan bonitas como las que leí antaño. Y por eso decidí incluir antes el mejor de los ejemplos. Esta incógnita me fatiga, sin embargo, no es comparable al resto de ellas que surgen en mi cabeciña casi todos los días. Muchas mañanas, muchas tardes y muchas noches sigo preguntándome, sin reparo alguno ¿quién hará tu trabajo debajo de mi falda?






"Recordando lo que fuimos, lo que somos y seremos. Fugitivos de las calles y de calles prisioneros. Quijotes sin una tierra y sin molinos de viento."
Jesús Delgado Valhondo, Carta a Luis Álvarez Lencero