jueves, 21 de octubre de 2010

Buenas noches y buena suerte.

Él entra en la casa algo confundido, después de una noche de fiesta tan intensa. El sol se abre paso entre las cortinas del salón. Sale a la terraza para dejar los zapatos. La terraza, si, esa terraza donde la había visto hacía unas horas. Sentada. Fumando. Eso que él tanto odiaba que ella hiciese. No podía ser cierto, no. Ella no podía haber estado en su terraza, no desde que… Pero eso ya no importaba. Confundido y cansado como estaba se dirigió a su habitación, no sin antes pasar por esa puerta cerrada. Esa puerta... debía esconder algo. Algo había ahí dentro que le atraía sin más. No logró entenderlo, pero si olvidar la sensación mientras se ponía el pijama. Volvió a la cocina para coger una botella de agua. Y sí, tuvo que pasar por la puerta, la puerta de esa habitación donde había creído verla esta misma noche, antes de cenar. No podía ser verdad. No. No quería entenderlo, no quería pensarlo... no podía comprender que fuese cierto. Pretendió pasar del tema. Lo consiguió, pero solamente hasta volver con la botella en la mano. Tuvo que abrir la puerta para poder creerlo. Así, fue. Era cierto, todo lo que había creído imaginar se encontraba en esa cama, si. Era ella, acababa de abrir lo ojos debido a la luz que entraba por la puerta que se abría. Si, si. Ella, la misma que no había visto desde que… Pero eso era lo de menos. Allí estaba. Ojos abiertos, radiante cual agua cristalina que fluye del riachuelo más puro. Mirándole. Aunque esta vez era diferente, era un mirar monótono y aburrido de ver, eran unos ojos ansiosos de cambio, con ganas de conocer nuevos horizontes, nuevas fronteras, nuevos ojos que la miren tal y como ella desea. Cerró la puerta y entró en su cuarto. En la oscuridad de la larga noche que se le venía encima, no sin antes acordarse de todo lo vivido anteriormente, de ese sol que, sin querer, entraba por la terraza.