martes, 10 de enero de 2012

Ebanistas do amor con aristas.


Una hipótesis se podría definir como aquella proposición aceptable que ha sido elaborada y formulada a través de la recolección y estudio de información y datos, todavía sin confirmar, y que puede servir para responder provisionalmente a un problema o cuestión.

Tengo una hipótesis. Oculta. Desde hace muchísimo tiempo. Una sensación extraña que apareció en mi cabeza bajo determinados eventos y acontecimientos, escondida en mi memoria y que pocas personas consiguieron hacer que recordase. Un pálpito que derrumba todos mis castillos construidos grano a grano, de las manos de dos almas que solamente buscaban ser queridas. Me mata el aliento y me duele bien dentro cada vez que reaparece en mi cabeza esa idea… esa mínima idea. Es una pregunta, un problema, una cuestión sin resolver, y que, posiblemente, nunca sea respondida. Quizá vuelva a preguntártelo y vuelvas a perjurarme que no, a negármelo rotundamente, a pedirme que pare de pensar en ello. Quizá algún día la entierre definitivamente y no vuelva a escaparse del cajón de los malos momentos. O quizá no quiera saber la respuesta y, simplemente, siga evitándola hasta el principio del fin, o el fin del principio, o como cojones quieras llamar al Santo Olvido.

No te culpo ni te quiero echar nada en cara, ni siquiera hacer juicio alguno, son tus actos y tus circunstancias, tus idas y venidas, tus “hahaha”. Pero ahí, entre tus risas, mientras nadé todo lo que quise (y más) por tu espalda, se esconde un miedo enorme, un fantasma, una percepción, un sentimiento de debilidad que se apodera de mi cerebro y me estanca. No me deja hacer otra cosa que no sea pensar en ello. Suerte, que pocas veces vuelve. Puedo afirmar que, de hecho, casi nunca me acuerdo de ello; es como si mis sentimientos hacia ti y hacia absolutamente todo lo que nos atañe, eliminasen automáticamente la posibilidad de que un día, una noche, no hubiese sido tan bonita, apropiada o sincera como pintamos el resto de las noches. Juntos. Separados. Con y sin distancia de por medio. Puede que algún día consiga escribirlo en algún sitio, quizá en el documento de vivencias del cual ya te hablé, pero para ello todavía tengo que crecer un pelín más. Siempre alabé nuestra relación y siempre hablé bien de ella. En todo momento. Sin dudarlo una sola vez, porque no me gusta que la gente nos critique sin saber, sin haber visto ni conocido. Y, dame la razón, nuestras circunstancias nunca fueron las propicias para que esto no pasara. De esta manera te salvo, nos salvo y me salvo de cualquier posible duda o inconveniente que surja (otro más no, por favor).

“Me gusta tu naturalidad y atrevimiento. El ser tú misma quizá, tu trato hacia mi sin miedo, sin enjuiciarme ni medir mis palabras una a una; esas ganas de todo que tienes animan a uno” escribiste un día. No, no lo he olvidado, esas palabras han quedado para siempre en un cajón que abro de cuando en vez.

Si algo tengo claro es que, si en algún momento, en otro lugar y otras circunstancias, me lo pides, olvidaré esta maldita duda que me amarga, esa arista que sobresale de los recuerdos que me quedan (y no son pocos) de nuestro ébano. Sin duda. Sería capaz de hacer millones de cosas, más y menos importantes, si prometieras volver a escribir verbas tan bonitas como las que leí antaño. Y por eso decidí incluir antes el mejor de los ejemplos. Esta incógnita me fatiga, sin embargo, no es comparable al resto de ellas que surgen en mi cabeciña casi todos los días. Muchas mañanas, muchas tardes y muchas noches sigo preguntándome, sin reparo alguno ¿quién hará tu trabajo debajo de mi falda?






"Recordando lo que fuimos, lo que somos y seremos. Fugitivos de las calles y de calles prisioneros. Quijotes sin una tierra y sin molinos de viento."
Jesús Delgado Valhondo, Carta a Luis Álvarez Lencero

No hay comentarios:

Publicar un comentario