domingo, 26 de febrero de 2012

La era glacial del ébano empieza a descongelarse


No tenéis ni puta idea de lo mucho que ansío escribir últimamente. Tengo una bola de nieve que, cada día que intento escribir y no lo consigo, se hace más grande y más fuerte. Más densa y más débil. Huele a sinceridad y a recuerdos, sabe a olvido, insatisfacción y nerviosismo. Pesa miles de kilómetros y suena a miedo. Se oye desde lejos, deslumbrar asustada, pero no se puede ver. En Vigo, las noches que la luna se esconde y que, por mucho que la busques, no aparece, el cielo se torna rojizo en la inmensidad de la madrugada; se debe, dicen, a la contaminación lumínica de la ciudad. Sea cual sea su causa, me parece un hecho sublime.
Cuando al invierno empieza a darle pereza actuar, y deja, de vez en cuando, salir algún tímido rayo de sol, la nieve comienza a derretirse y se convierte en agua. El agua es mucho más sencilla de escribir, ya que admite más posibilidades de cambio, de forma, se desparrama mejor y sus gotas se parecen más entre ellas que los copos de nieve.
Hace poco tiempo me di cuenta de que estoy empezando a olvidar muchas cosas. Olvidar, que no desechar. Cosas de tu ausencia y presencia, de mi constante asentimiento, de nuestro espacio, nuestro período de ébano. Todo ello sigue dentro de mi cabeza, pero en compartimentos, en esos cajones de los que hablo siempre, que vas dejando hacia el fondo casi sin querer. Hace un año podría haber descrito sin problema cada uno de los reencuentros y despedidas, así como toda mirada, beso o segundo donde amanecer.
Dicen que el roce hace al cariño, y puede que sea la explicación más sencilla a todo esto, pero mi manía de rumiación momentánea y mi amor incondicional hacia las palabras me hace buscar un trasfondo más privado, adecuado y propio a mi estado actual. Cuando maduras, evolutiva y mentalmente, al lado de una persona hacia la cual sientes cierto tipo de implicación sentimental, y esa persona te devuelve correctamente cada ápice de confianza, respeto y ardor, ya no importan el roce o el cariño, todo, absolutamente todo lo que os involucra, se resume en afecto. Esa necesidad de protección, esas ganas insuperables de vivir, crecer y cambiar, o simplemente continuar inestable con la empatía de la otra persona a tu lado, y esa fogosidad extraordinaria que nos caracteriza(ba). El escapismo, el silencio, las ganas de llegar, los elogios y los reproches, saltar al vacío con los ojos abiertos, cantar, tararear y gritar bien fuerte, que el mundo se entere, que a mí me da igual. Con el tiempo, acaban convirtiéndose en hábitos, y ya se sabe que de los hábitos es mucho más complejo desprenderse.
Entonces te planteas que, quizá el término más adecuado no sea “olvidar”, sino guardar o incluso reservar. Para reutilizar alguna vez, o nunca. Solamente por si acaso. Sale cuando tiene que salir y vuelve a su cajón cuando menos te lo esperas. Me gusta y no me gusta poder, o no, controlarlo. Es portátil, como su dueña, se dobla en veinte mil pliegues y recorre tantos minutos como a ella le me apetece, no se excede en kilómetros y le recuerda que, durante mucho tiempo (y aunque posiblemente no con mucha razón) quiso ser más grande de lo que “debía”, y lo consiguió, y gracias a ello fue capaz de estructurarse de nuevo. En una nueva ciudad, con unas ganas nuevas y una vieja pasión.






“¿Habéis estado alguna vez en el mar en medio de una densa niebla cuando parece que una tiniebla blanca y tangible nos encierra, y el gran buque, tenso y ansioso, avanza a tientas hacia la costa con plomada y sonda, y uno espera con el corazón palpitante a que algo suceda?” Hellen Keller, Historia de mi vida.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Si buscas milagros, mira:

Espiar el sol cuando se esconde en el horizonte de la ría. La ría que te dé la gana, o el horizonte que más rabia dé. Curiosear las miradas que nos observan mientras lo hacemos, de madrugada, escondidos de pié tras las cortinas del balcón.
 
Merodearnos mutuamente escuchando el salto de agua que tan bonito hace el paisaje de ese lugar. El lugar que te dé la gana, o el paisaje que más rabia te dé. Soñarnos despiertos en un futuro incierto, con certeza sobre un, de aquélla, próximo mañana separados, aunque no solitario amanecer.

 
Palpar con nuestras propias manos la rueda de aquella máquina del tiempo que tantos fotogramas deja a nuestro paso. Los pasos que te dé la gana, o los fotogramas que más rabia te den. Cosquillear recuerdos de vez en cuando, utilizando verbas que cuesta más leer que escribir.

 
Desvivirnos, por momentos, enjaulados en nuestras propias cárceles de respeto que emanan placer. El placer que te dé la gana, o el respeto que más rabia te dé. Mostrarnos desnudos cuerpos, desnudas mentes y desnudas entrañas; llorar desnudos, reír desnudos, vivir, desnudos, sin importarnos qué hacer.





Franck soletreou amodiño:
-Non… que… ro… que… te… va… ias.
-Non…
-Moi ben, sigue… que…
-Teño medo.
-Medo de que?
-Medo de ti, medo de min, medo de todo.

Xuntos e máis nada; Segunda Parte: 16. Anna Gavalda.