sábado, 11 de diciembre de 2010

Irrealidades.

No intentes disimularlo. Va a ser totalmente ridículo y muy poco creíble. Tus confesiones llenas de mentiras no servirán para nada, para nada más que para hacer daño. Todo el daño posible, todo ese daño que, mintiendo, pretendes eliminar. Tú. Cállate. Ahora cállate y deja que las cosas fluyan. No hagas nada. No puedes hacer nada que quieras hacer, no eres capaz de vivir como te gustaría, te limitas a hacer lo que debes, sin pensar. Tampoco pienses, cuando piensas acabas metido en problemas. Disimula, imagina que quieres hacer lo correcto. Es lo que mejor se te da. Haznos creer que no amas, que no sientes, que no lloras, que no te gustaría estar acompañado. Haz que te duela solamente a ti. Grita y sé consciente de tus actos. Olvídate de lo vivido, comienza a aprender. Sé más sincero pero ten un poco menos de tacto, por favor. Hazte irresponsable de la vida. Tu vida no tiene sentido sin ti.
Ten miedo de lo que pasó y nunca temas a las consecuencias. Piénsalo todo y rechaza lo pensado. Deja que ocurra lo menos esperado. Incluso lo que no debería ocurrir. Ponte alas y átate al mundo. Enamórate de él. Evapórate y no vuelvas a pensar en el amor. Siente, gobierna tu vida. Gobierna la mía. No vuelvas a hablar con nadie. Vive única y exclusivamente para mí. Nadie va a hacerte más daño que tú mismo. Nadie va a quererme tanto como lo que me pueda querer yo. Salta para esconderte, lee para olvidar. Escribe para que no quede constancia. Borra lo que nunca conseguirás dejar de lado. Piensa solamente en ti mismo. Baila para no llamar la atención, canta cuando menos se lo esperen. Habla cuando tengas que callar. Y sobre todo: nunca, nunca, dejes de hacer lo que yo no te digo.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Ni siquiera dócil.


Entonces fue cuando empecé a notar que sentía mas deseo sexual que de costumbre, justo en la misma época en la que me vi más despreciada por el hombre al que yo quería, y más amada por aquellos hombres que, por la calle, y sin conocerlos de nada, te desean como si fueras a evaporarte.

jueves, 21 de octubre de 2010

Buenas noches y buena suerte.

Él entra en la casa algo confundido, después de una noche de fiesta tan intensa. El sol se abre paso entre las cortinas del salón. Sale a la terraza para dejar los zapatos. La terraza, si, esa terraza donde la había visto hacía unas horas. Sentada. Fumando. Eso que él tanto odiaba que ella hiciese. No podía ser cierto, no. Ella no podía haber estado en su terraza, no desde que… Pero eso ya no importaba. Confundido y cansado como estaba se dirigió a su habitación, no sin antes pasar por esa puerta cerrada. Esa puerta... debía esconder algo. Algo había ahí dentro que le atraía sin más. No logró entenderlo, pero si olvidar la sensación mientras se ponía el pijama. Volvió a la cocina para coger una botella de agua. Y sí, tuvo que pasar por la puerta, la puerta de esa habitación donde había creído verla esta misma noche, antes de cenar. No podía ser verdad. No. No quería entenderlo, no quería pensarlo... no podía comprender que fuese cierto. Pretendió pasar del tema. Lo consiguió, pero solamente hasta volver con la botella en la mano. Tuvo que abrir la puerta para poder creerlo. Así, fue. Era cierto, todo lo que había creído imaginar se encontraba en esa cama, si. Era ella, acababa de abrir lo ojos debido a la luz que entraba por la puerta que se abría. Si, si. Ella, la misma que no había visto desde que… Pero eso era lo de menos. Allí estaba. Ojos abiertos, radiante cual agua cristalina que fluye del riachuelo más puro. Mirándole. Aunque esta vez era diferente, era un mirar monótono y aburrido de ver, eran unos ojos ansiosos de cambio, con ganas de conocer nuevos horizontes, nuevas fronteras, nuevos ojos que la miren tal y como ella desea. Cerró la puerta y entró en su cuarto. En la oscuridad de la larga noche que se le venía encima, no sin antes acordarse de todo lo vivido anteriormente, de ese sol que, sin querer, entraba por la terraza.