domingo, 19 de junio de 2011

Pensamientos des-ocultos de una chica que se quedó sin sexo anoche.


Estás perfecta. Monísima y sexy. Elegante y atractiva. Sola. Esperando en la habitación a que suene el móvil. Pasa el tiempo y decides ir haciendo cosas. Alargas tus pestañas y resaltas el verde de tus ojos con lápiz color verde oscuro. Vuelves a sentarte en la cama, verde, por supuesto. Te levantas y te sientas otra vez. Te pones los taconazos del siglo. Estás guapa. Te sientes guapa. Mientras tanto, sigues esperando. Decides intentar estudiar, pero no puedes. No quieres saber a tabaco, pero ya llevas mucho tiempo esperando y te fumas uno. Sigues esperando. Decides ir a visitar a tu vecino, lo cual supone un problema porque estás muy, pero que muy loba. Tienes ganas de sexo y el sexo no llama.
La tensión que hay entre tu vecino y tú no es normal, pero está bien si luego la noche termina en sexo con otra persona. Hasta hace unas semanas podrías haber escrito sobre él lo siguiente:
“Nerviosa, excitable y huidiza. Así me siento ahora mismo y no consigo quitarte de mi cabeza. Conseguiste hacerme temblar, lascivamente te fuiste acercando a mí poco a poco y sin previo aviso tocaste la llama que me deprava y no consigo controlar. No sé qué nos indujo a llegar a tal punto, pero creo que no merece la pena censurarnos. Tuvimos, durante meses, muchos impulsos locos de tirarnos contra la pared y cometer perversiones insospechables el uno con el otro. Sin embargo, fue borrachos cuando cumplimos parte de esa expectativa. Soy incapaz de explicar cómo alguien puede, tan rápidamente, activar la lujuria que llevo encerada; solo con dirigirme la mirada cuentas con todo mi vicio, amplías mis ganas de realizar inmoralidades y sacas de mi interior todo el libertinaje existente.”
Sabes que no debes, que, por supuesto, no es nada moral por su parte. Pero aún así decides terminar con esa farsa. Esa tensión sexual que lleva meses sin resolverse. Hasta que llega él, que te llama, y te dice, te cuenta, te hace reír. Te das cuenta que la pasión desenfrenada que sentías por tu vecino era solamente eso. Un calentón de invierno. Y además él no debe. Sin embargo, la novedad de descoloca, te altera y consigue que vibren todos tus rincones. Rompes con esas ganas de pervertir la pared de al lado de tu cama y te cambias de bando. Es bueno. Porque tu conciencia duerme tranquila. Y además, empiezas a emocionarte con cada tontería. Te mereces algo así, por todo lo que sufriste antes. El nuevo hombre que acaba de aparecer en tu vida te hace sonreír hasta que te duele la cara. Hace que tu bestial obsesión por el sexo, mengüe, ya no solamente piensas en hacerlo, sino en con quién quieres de verdad hacerlo.
Hasta que tarda en llamar, y tú, con tu nuevo conjunto de ropa interior provocativa. Sola. Te plantas en casa del vecino. Y te abraza, y es ahí cuando te das cuenta de que es una buena persona. Te deja leer en su cama mientras él estudia. Para que no estés sola. Sin que pase absolutamente nada. Eso te gusta, te hace sentir bien y desdramatizar la ausencia de esa llamada tan esperada. Obviamente no se acaba el mundo. Solamente… a una persona que se pasa las veinticuatro horas del día (porque no hay más) pensando en sexo… no le puedes hacer eso. Bueno, por poder, puedes. Pero le duele. Nunca antes la habían plantado.
Y como persona positiva, te levantas al día siguiente un poco frustradilla por las ganas de carne, de sudor, de placer… Pero piensas que, ya que todo lo bueno se hace esperar… la próxima vez que te llame, o que simplemente aparezca… no lo vas a dejar ir. Porque además te cae bien, te gusta. Es la primera vez en muchos meses que una persona te atrae no solo por el sexo. Eso está bien. Pero hasta la próxima sesión sexual que tengáis juntos, lo vas a pasar un poquito mal. ¿Merece la pena? Yo creo que sí.